jueves, 19 de julio de 2012

Capítulo 2:


2
La Ciudad Secreta

– Impresionante –
Isaac no tenía palabras de lo que veía sus azulados ojos. Ante él yacía en silencio una gran caverna de tres niveles de profundidad, donde descansan pequeños edificios hechos a manos, cubierta de vegetación que jamás había visto antes. Todo estaba cubierto de casas grandes y pequeñas, y en el centro de todo esto, yacía un gran mercado y cinco pilares que sostenían la tierra de arriba, donde colgaban pequeñas jaulas con curiosos y chispeantes pájaros en llamas. La gran puerta estaba situada en el nivel tres de la Ciudad Secreta, un buen punto para contemplar toda la ciudad.
- Bienvenido a Ciudad Secreta – sonrió Misa –
- ¿Qué tipo de personas... viven aquí? – preguntó –
- Todos son Exiliados – salto Elisabeth – La mayoría son Hechiceros como nuestra familia, pero el resto son Guardianes... los que protegen la Ciudad Secreta, como nuestro padre –
- Vaya... – Isaac quedó boquiabierto - ¿Y por donde empezamos a buscar?, esto es grandísimo para recorrérselo en un día –
- Es muy fácil – comento Elisabeth mientras se apoyaba en su báculo – En el nivel tres, en donde estamos, son los hogares de los Exiliados... – explicó a la vez que miraba a Misa – En el nivel dos merodean los Guardianes, ya que está ahí la Sede... y en el nivel uno está lo que se denomina ‘’suburbios’’... allí está el mercado, donde se puede obtener información fácilmente, esa zona es peligrosa para un simple Exiliado –
- Lo mejor sería empezar por la sede, Elisabeth – salto Misa – Tus padres vinieron de una reunión ¿no? – ella asintió – Es un buen punto para comenzar nuestra búsqueda –
- Cierto, pero tenemos un problema... –
Elisabeth miró a su hermano de reojo. Es cierto que pertenece a la familia Crawerd, pero seguía siendo un simple humano a vistas de los demás, y pasear con un humano por la Ciudad Secreta, era bastante peligroso para todos. Misa lo pilló al vuelo, al igual que Isaac. El muchacho dio unos pasos hacia atrás para irse, pero Misa le agarró de la muñeca.
- No te irás. Vendrás con nosotros – saltó, después miró la mirada negativa de Elisabeth – Oh venga Elisabeth... nadie se dará cuenta que es un humano... –
Ella suspiró y echó a caminar por las escaleras de piedra que conducían hacia el nivel dos, a la sede. Isaac la siguió muy pegada a Misa, quién le agarraba del brazo fuertemente. Mientras descendían, Isaac echó un vistazo a su alrededor. Todo estaba desértico, a excepción de algunos cuantos hombres y mujeres que patrullaban de un lado a otro con una gran espada apoyada en sus hombros. Eran fuertes y con un tatuaje en la parte inferior del cuello de una media luna; igual que su padre. Cada vez que descendían, la temperatura bajaba por momentos. El nivel dos era completamente congelante, casi cinco grados de temperatura. Isaac amarró el colgante y se lo pegó fuerte en el pecho para notar el cálido fuego.
- Ya estamos... – comentó Elisabeth –
Ante ellos había una puerta de cristal custodiada por un solo Guardián. Cuando Elisabeth y el resto caminaron hacia la puerta, el Guardián deslizó su espada y tomó un brillo blanco que iluminó la oscura estancia.
- ¡Alto!, está prohibida la entrada a cualquier Exiliado a la Sede –
- Soy Elisabeth Crawerd – dijo – Vengo a hablar con el Senado por favor –
- Lo siento, el Senado no está – dijo fríamente –
Elisabeth retrocedió y cogió a Misa del brazo.
- ¿Puedes hacerlo...? – le susurró –
- Lo intentaré... –
- ¿Hacer el que? – preguntó Isaac –
Ninguna de las dos contestó. Misa agarró la mano de Isaac y Elisabeth; y cerró los ojos. De sus rojizos labios se deslizó una suave melodía que comenzaba a dar calor a sus dos compañeros. Poco a poco, sus pies, al igual que ellos, se alzaron cinco centímetros del suelo; y en un abrir y cerrar de ojos desaparecieron en un haz de luz. En cuestión de segundos, aterrizaron los tres sobre un mármol frío; rodeados de cortinas blancas que colgaban del techo. Isaac se separó de ellas y se arrasco la nuca sin comprender lo que había pasado.
- ¿Qué ha pasado, donde estamos? –
- Teletransporte – sonrió Misa – Estamos dentro de la Sede –
- Bien, no perdamos más tiempo... –
Elisabeth se encabezó en el grupo y caminó hacia las únicas escaleras que habían. Se encontraban en una pequeña sala circular en donde a sus espaldas yacía la puerta de cristal, y a pocos metros unas escaleras que llevaban a una planta superior. Cada vez que avanzaban por las escaleras, los nervios crecían para todos. Misa temblaba por segundos, y Elisabeth amarraba el báculo como si se esperaría alguna sorpresa al final de la escalera.
- Esto me da mala espina... – comenta Misa – Toda la Ciudad Secreta está desértica, y hay más Guardianes de lo normal –
- Algo habrá pasado... – Elisabeth suspira al llegar al último escalón – Llegamos –
Con ayuda del báculo, Elisabeth abrió la puerta que tenía enfrente, y un fuerte resplandor les iluminó a todos. Elisabeth entró la primera y accedió a la sala de reuniones de la Sede. Completamente vacía, a primera vista. Una gran mesa circular estaba repleta de papeles revueltos, y las ocho sillas que la componen, tiradas en el suelo como si un huracán hubiese pasado por ahí. Elisabeth posó el báculo sobre su hombro y dio un rodeo por la sala.
- No hay nadie... – analiza Elisabeth – Ah no... Esperar... – exclama de repente –
Cerca de un pequeño armario repleto de armas, yacía un joven muchacho cubierto de una túnica blanca que corresponde al Senado de la Ciudad Secreta. Misa e Isaac fueron corriendo a socorrerle, y le incorporaron poco a poco. Su mirada estaba perdida, y tenía unas marcas de desgarro en el cuello, al igual que el pecho de Isaac. Elisabeth retiró sus mechones rubios de la frente y le tomó la temperatura. Estaba ardiendo.
- Está vivo... – suspira Elisabeth aliviada –
- ¿A sido la Oscura, cierto? – pregunto Isaac con temor - ¿No? –
- Por esas marcas.... – Misa asintió – Vámonos de aquí por favor... – pidió ella –
- Si, será lo mejor – Elisabeth, con ayuda de Isaac, llevaron al joven de la Sede sobre sus hombros – Misa, ¿podrás hacer otro viaje más largo, hasta el Boticario? –

El sol de la madrugada se alzaba entre los edificios de Nueva York, y pequeños rayos de luz se deslizaban en silencio por la ventana de la trastienda del boticario. El joven Senador estaba tumbado en la cama con paños fríos en la frente, mientras que su torso estaba cubierto por vendaje. Tía Morgan se encontraba a su lado, agarrando su mano con fuerza. Le conocía al joven rubio de varias reuniones en la Ciudad Secreta. Su nombre; Elias.
- Lleva cinco horas sin dar señales de mejora... – farfulló Misa - ¿No es mejor que le llevemos a un Sanador? –
- No quedan en Nueva York ningún exiliado con ese don... – comento Tía Morgan – Además, el joven Elias es fuerte, noto la energía que recorre sus dedos –
Isaac apartó la mirada del libro de sus manos y miró a tía Morgan.
- ¿Ese Elias, es Senador? – preguntó – Porque según el libro que me regalaste, los Senadores tienen más de cien años.. y éste aparenta mi edad –
- Oh bueno, Elias es el hijo de uno de los Senadores que ha tomado su papel este último mes –
- Comprendo... – suspiró, mientras volvía al libro - ¿Y mi hermana, donde está? –
- Se ha marchado en busca de medicina para Elias – contesto Misa al sentarse al filo de la camilla – Todo esto es muy raro... los padres de Isaac desaparecen. No hay exiliados en la ciudad, y solo hay un Senador cuando debería de estar ocho... todo es muy raro –
Hubo un momento de silencio entre los tres. Lo único que se escuchaba era la respiración de Elias que cada vez iba más acelerado.  Isaac le miraba receloso de reojo, admirando la belleza de aquel joven, que con apenas dieciocho años es Senador de la Ciudad Secreta; era todo raro para Isaac, y su vida también. ‘’Primero el ataque de la Oscura y ahora esto...’’, pensó Isaac. Cerro el libro que le regalo tía Morgan y salió de la trastienda para poder ver la luz del día. Hoy era el segundo día de vacaciones de Isaac, y no estaba disfrutando como él pensaba pasarlas. Sin padres, con preocupaciones, y sobre todo en peligro...
- ¡Ey, está despertando! – exclamo Misa desde la trastienda –
Isaac entró de nuevo, y vio al muchacho incorporado en la camilla con una taza de té que prepara siempre Tía Morgan. Aún seguía aturdido, y le costaba mantener la compostura.
- Elias, ¿estás bien? – le preguntó Tía Morgan –
- Uhm... señora Morgan... – dijo – Me encuentro aún mareado... ¿Dónde estoy? –
- En el boticario de mi sobrina – le explico – Elias, ¿Qué ha pasado en la Sede?, ¿Dónde está los demás miembros? –
Elias bajo la mirada y se miró las manos, aún manchadas de tierra.
- No pude hacer nada contra ella... – dijo sin más –
- Ella... – Isaac se acercó - ¿La Oscura? – Elias asintió –
- ¿Y que quería de vosotros? – preguntó Misa –
- Nada – vaciló con una sonrisa – Solo lo que sabemos –
Elias guardó silencio y miró a Tía Morgan a los ojos. Ambos emitieron un soplido por la derrota. Isaac y Misa se miraron sin comprender nada, ‘’¿Qué es lo que ellos saben que les pueda interesar tanto a esa mujer...?’’.

El anochecer oscuro cayó sobre Nueva York. Isaac regresó a casa con su hermana por orden de su tía Morgan. No debían salir de la casa si no era urgente. Aquella noche, Isaac no podía dormir, y se encontraba frente a la gran chimenea del salón, contemplando las fuertes llamas que emitían. En sus manos sostenía una pequeña taza caliente y el libro que le regalaron. Ese libro estaba llena de información, incluso de los Exiliados que viven en la Ciudad Secreta. Poco a poco pasaba las páginas, al mismo tiempo que el sueño se apoderaba de él lentamente...

‘’Isaac... despierta Isaac...’’
- ¿Mamá?... –
Isaac abrió poco a poco los ojos y vio que se había quedado dormido frente a la chimenea. Había escuchado a su madre en sueños, o tal vez no. Se incorporó del suelo y miró fijamente a la chimenea. Se acercó, y notó como una suave y débil brisa le acariciaba la mejilla. Él se tornó y clavó sus ojos en la gran estantería de su padre. Notaba la brisa a través de los libros, y rápidamente retiró cada libro de su balda. Aún seguía notando la brisa, pero esa sensación la notó más fuerte todavía. Frente a él, detrás de dos grandes libros, se hallaba un símbolo. Una media luna, como el tatuaje de su padre y de los Guardianes de la Ciudad Secreta. Deslizó sus dos dedos sobre la luna, y ésta empezó a brillar poco a poco, provocando un suave crujido. La estantería se separó cinco centímetros de la pared, y detrás, un pasaje aguardaba en silencio.
- Un pasadizo... –
Con su poca fuerza apartó la estantería y se deslizó como una rata por el hueco. Ahora notaba la brisa más fría. Alzó la vista y reconoció la estructura de tierra que estaba echa aquel pasadizo. Era la misma tierra que Ciudad Secreta. Isaac continuó por el oscuro túnel sin saber su destino, pero una débil luz le guiaba al fondo. Dio varios pasos sin alejar la vista de la salida, y se topó con una puerta de madera sin manilla. La empujó con cuidado y atravesó el umbral sin importar las consecuencias. La luz que vio, era ni mas ni menos que el brillo de una espada; una espada que poseían todos los guardianes en su visita a la Ciudad Secreta. Isaac se encontró en una pequeña habitación donde el único brillo de la estancia era un pájaro en llamas encerrado en una jaula; lo suficiente para iluminar el lugar. Había un gran escritorio repleto de papeles, y una estantería de cristal en donde la espada relucía débilmente. La espada le llamaba como un imán a otro, y su mano rozó la empuñadura.
- Vaya, encontraste el regalo de papá... –
Elisabeth apareció detrás de él en pijama. Isaac retiró la mano de la empuñadura enseguida.
- Elisabeth... ¿Qué es esto? –
- El estudio de papá. Solo yo conocía este lugar, ni siquiera mamá sabía que papá tenía su propio rincón para pensar – sonrió – Me dijo que esa espada, la que brilla, iba a ser tuya cuando estarías preparado... ya sabes... cuando mostrases algo de tu ... poder –
- Comprendo... – suspiró – Ha pasado dos días y les extraños... –
Isaac bajó la mirada y se apoyo en el escritorio.
- Estarán bien, estén donde estén... – dijo – Pero en ausencia de ellos... – Elisabeth agarró la espada y la clavó ante Isaac. La empuñadura estaba cubierta de una venda, y la hoja era ni mas ni menos que de cristal bien pulido – Deberé enseñarte algunos toques de la espada, aunque no posees poder, siempre podrás usar esta espada – vaciló –
- ¿Si...? – Isaac sonrió y agarró la espada fuertemente y la alzó. De repente, la espada brillo como una gran estrella que iluminó toda la estancia durante unos segundos - ¡Guau! –
- ¿Cómo has....? –
- ¡Elisabeth mira como brilla! –
Isaac agitó la espada en el aire mientras la luz de la espada brillaba con fuerza. Elisabeth quedó sorprendida de lo que veía. La última vez que vio brillar la espada fue a su padre, y aparte, esa espada solo se prende con el poder de tu cuerpo y mente. Elisabeth pensó, ‘’¿Tal vez... Isaac tiene poder como nosotros...?’’.

4 comentarios:

  1. Molaa!:D sigue sigue así, sigue que me dejas con la intriga siempre!!!

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  2. Asdfghjkl Nueva York, Nueva York por todos lados me vuelvo loca jajaja. Vale ya dejo de parecer una loca. No en serio me encanta oh dios se ha quedado tan interesante. Uf espero que subas pronto porque no podré esperar.
    Tu querida fan.
    Alice
    PD: ME MATA COMO ESCRIBES.

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  3. ¿Eh? ¿Que ha ocurrido? ¿Por que has dejado de escribir? Te he buscado por todos lados porque cerraste, si no me equivoco, el blog y necesitaba encontrarte para decirte que no lo dejases, que yo quería leerte. Tenía tantas ganas de leer tu gran obra... No lo dejes, tienes mucho talento.

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