jueves, 19 de julio de 2012

Capítulo 2:


2
La Ciudad Secreta

– Impresionante –
Isaac no tenía palabras de lo que veía sus azulados ojos. Ante él yacía en silencio una gran caverna de tres niveles de profundidad, donde descansan pequeños edificios hechos a manos, cubierta de vegetación que jamás había visto antes. Todo estaba cubierto de casas grandes y pequeñas, y en el centro de todo esto, yacía un gran mercado y cinco pilares que sostenían la tierra de arriba, donde colgaban pequeñas jaulas con curiosos y chispeantes pájaros en llamas. La gran puerta estaba situada en el nivel tres de la Ciudad Secreta, un buen punto para contemplar toda la ciudad.
- Bienvenido a Ciudad Secreta – sonrió Misa –
- ¿Qué tipo de personas... viven aquí? – preguntó –
- Todos son Exiliados – salto Elisabeth – La mayoría son Hechiceros como nuestra familia, pero el resto son Guardianes... los que protegen la Ciudad Secreta, como nuestro padre –
- Vaya... – Isaac quedó boquiabierto - ¿Y por donde empezamos a buscar?, esto es grandísimo para recorrérselo en un día –
- Es muy fácil – comento Elisabeth mientras se apoyaba en su báculo – En el nivel tres, en donde estamos, son los hogares de los Exiliados... – explicó a la vez que miraba a Misa – En el nivel dos merodean los Guardianes, ya que está ahí la Sede... y en el nivel uno está lo que se denomina ‘’suburbios’’... allí está el mercado, donde se puede obtener información fácilmente, esa zona es peligrosa para un simple Exiliado –
- Lo mejor sería empezar por la sede, Elisabeth – salto Misa – Tus padres vinieron de una reunión ¿no? – ella asintió – Es un buen punto para comenzar nuestra búsqueda –
- Cierto, pero tenemos un problema... –
Elisabeth miró a su hermano de reojo. Es cierto que pertenece a la familia Crawerd, pero seguía siendo un simple humano a vistas de los demás, y pasear con un humano por la Ciudad Secreta, era bastante peligroso para todos. Misa lo pilló al vuelo, al igual que Isaac. El muchacho dio unos pasos hacia atrás para irse, pero Misa le agarró de la muñeca.
- No te irás. Vendrás con nosotros – saltó, después miró la mirada negativa de Elisabeth – Oh venga Elisabeth... nadie se dará cuenta que es un humano... –
Ella suspiró y echó a caminar por las escaleras de piedra que conducían hacia el nivel dos, a la sede. Isaac la siguió muy pegada a Misa, quién le agarraba del brazo fuertemente. Mientras descendían, Isaac echó un vistazo a su alrededor. Todo estaba desértico, a excepción de algunos cuantos hombres y mujeres que patrullaban de un lado a otro con una gran espada apoyada en sus hombros. Eran fuertes y con un tatuaje en la parte inferior del cuello de una media luna; igual que su padre. Cada vez que descendían, la temperatura bajaba por momentos. El nivel dos era completamente congelante, casi cinco grados de temperatura. Isaac amarró el colgante y se lo pegó fuerte en el pecho para notar el cálido fuego.
- Ya estamos... – comentó Elisabeth –
Ante ellos había una puerta de cristal custodiada por un solo Guardián. Cuando Elisabeth y el resto caminaron hacia la puerta, el Guardián deslizó su espada y tomó un brillo blanco que iluminó la oscura estancia.
- ¡Alto!, está prohibida la entrada a cualquier Exiliado a la Sede –
- Soy Elisabeth Crawerd – dijo – Vengo a hablar con el Senado por favor –
- Lo siento, el Senado no está – dijo fríamente –
Elisabeth retrocedió y cogió a Misa del brazo.
- ¿Puedes hacerlo...? – le susurró –
- Lo intentaré... –
- ¿Hacer el que? – preguntó Isaac –
Ninguna de las dos contestó. Misa agarró la mano de Isaac y Elisabeth; y cerró los ojos. De sus rojizos labios se deslizó una suave melodía que comenzaba a dar calor a sus dos compañeros. Poco a poco, sus pies, al igual que ellos, se alzaron cinco centímetros del suelo; y en un abrir y cerrar de ojos desaparecieron en un haz de luz. En cuestión de segundos, aterrizaron los tres sobre un mármol frío; rodeados de cortinas blancas que colgaban del techo. Isaac se separó de ellas y se arrasco la nuca sin comprender lo que había pasado.
- ¿Qué ha pasado, donde estamos? –
- Teletransporte – sonrió Misa – Estamos dentro de la Sede –
- Bien, no perdamos más tiempo... –
Elisabeth se encabezó en el grupo y caminó hacia las únicas escaleras que habían. Se encontraban en una pequeña sala circular en donde a sus espaldas yacía la puerta de cristal, y a pocos metros unas escaleras que llevaban a una planta superior. Cada vez que avanzaban por las escaleras, los nervios crecían para todos. Misa temblaba por segundos, y Elisabeth amarraba el báculo como si se esperaría alguna sorpresa al final de la escalera.
- Esto me da mala espina... – comenta Misa – Toda la Ciudad Secreta está desértica, y hay más Guardianes de lo normal –
- Algo habrá pasado... – Elisabeth suspira al llegar al último escalón – Llegamos –
Con ayuda del báculo, Elisabeth abrió la puerta que tenía enfrente, y un fuerte resplandor les iluminó a todos. Elisabeth entró la primera y accedió a la sala de reuniones de la Sede. Completamente vacía, a primera vista. Una gran mesa circular estaba repleta de papeles revueltos, y las ocho sillas que la componen, tiradas en el suelo como si un huracán hubiese pasado por ahí. Elisabeth posó el báculo sobre su hombro y dio un rodeo por la sala.
- No hay nadie... – analiza Elisabeth – Ah no... Esperar... – exclama de repente –
Cerca de un pequeño armario repleto de armas, yacía un joven muchacho cubierto de una túnica blanca que corresponde al Senado de la Ciudad Secreta. Misa e Isaac fueron corriendo a socorrerle, y le incorporaron poco a poco. Su mirada estaba perdida, y tenía unas marcas de desgarro en el cuello, al igual que el pecho de Isaac. Elisabeth retiró sus mechones rubios de la frente y le tomó la temperatura. Estaba ardiendo.
- Está vivo... – suspira Elisabeth aliviada –
- ¿A sido la Oscura, cierto? – pregunto Isaac con temor - ¿No? –
- Por esas marcas.... – Misa asintió – Vámonos de aquí por favor... – pidió ella –
- Si, será lo mejor – Elisabeth, con ayuda de Isaac, llevaron al joven de la Sede sobre sus hombros – Misa, ¿podrás hacer otro viaje más largo, hasta el Boticario? –

El sol de la madrugada se alzaba entre los edificios de Nueva York, y pequeños rayos de luz se deslizaban en silencio por la ventana de la trastienda del boticario. El joven Senador estaba tumbado en la cama con paños fríos en la frente, mientras que su torso estaba cubierto por vendaje. Tía Morgan se encontraba a su lado, agarrando su mano con fuerza. Le conocía al joven rubio de varias reuniones en la Ciudad Secreta. Su nombre; Elias.
- Lleva cinco horas sin dar señales de mejora... – farfulló Misa - ¿No es mejor que le llevemos a un Sanador? –
- No quedan en Nueva York ningún exiliado con ese don... – comento Tía Morgan – Además, el joven Elias es fuerte, noto la energía que recorre sus dedos –
Isaac apartó la mirada del libro de sus manos y miró a tía Morgan.
- ¿Ese Elias, es Senador? – preguntó – Porque según el libro que me regalaste, los Senadores tienen más de cien años.. y éste aparenta mi edad –
- Oh bueno, Elias es el hijo de uno de los Senadores que ha tomado su papel este último mes –
- Comprendo... – suspiró, mientras volvía al libro - ¿Y mi hermana, donde está? –
- Se ha marchado en busca de medicina para Elias – contesto Misa al sentarse al filo de la camilla – Todo esto es muy raro... los padres de Isaac desaparecen. No hay exiliados en la ciudad, y solo hay un Senador cuando debería de estar ocho... todo es muy raro –
Hubo un momento de silencio entre los tres. Lo único que se escuchaba era la respiración de Elias que cada vez iba más acelerado.  Isaac le miraba receloso de reojo, admirando la belleza de aquel joven, que con apenas dieciocho años es Senador de la Ciudad Secreta; era todo raro para Isaac, y su vida también. ‘’Primero el ataque de la Oscura y ahora esto...’’, pensó Isaac. Cerro el libro que le regalo tía Morgan y salió de la trastienda para poder ver la luz del día. Hoy era el segundo día de vacaciones de Isaac, y no estaba disfrutando como él pensaba pasarlas. Sin padres, con preocupaciones, y sobre todo en peligro...
- ¡Ey, está despertando! – exclamo Misa desde la trastienda –
Isaac entró de nuevo, y vio al muchacho incorporado en la camilla con una taza de té que prepara siempre Tía Morgan. Aún seguía aturdido, y le costaba mantener la compostura.
- Elias, ¿estás bien? – le preguntó Tía Morgan –
- Uhm... señora Morgan... – dijo – Me encuentro aún mareado... ¿Dónde estoy? –
- En el boticario de mi sobrina – le explico – Elias, ¿Qué ha pasado en la Sede?, ¿Dónde está los demás miembros? –
Elias bajo la mirada y se miró las manos, aún manchadas de tierra.
- No pude hacer nada contra ella... – dijo sin más –
- Ella... – Isaac se acercó - ¿La Oscura? – Elias asintió –
- ¿Y que quería de vosotros? – preguntó Misa –
- Nada – vaciló con una sonrisa – Solo lo que sabemos –
Elias guardó silencio y miró a Tía Morgan a los ojos. Ambos emitieron un soplido por la derrota. Isaac y Misa se miraron sin comprender nada, ‘’¿Qué es lo que ellos saben que les pueda interesar tanto a esa mujer...?’’.

El anochecer oscuro cayó sobre Nueva York. Isaac regresó a casa con su hermana por orden de su tía Morgan. No debían salir de la casa si no era urgente. Aquella noche, Isaac no podía dormir, y se encontraba frente a la gran chimenea del salón, contemplando las fuertes llamas que emitían. En sus manos sostenía una pequeña taza caliente y el libro que le regalaron. Ese libro estaba llena de información, incluso de los Exiliados que viven en la Ciudad Secreta. Poco a poco pasaba las páginas, al mismo tiempo que el sueño se apoderaba de él lentamente...

‘’Isaac... despierta Isaac...’’
- ¿Mamá?... –
Isaac abrió poco a poco los ojos y vio que se había quedado dormido frente a la chimenea. Había escuchado a su madre en sueños, o tal vez no. Se incorporó del suelo y miró fijamente a la chimenea. Se acercó, y notó como una suave y débil brisa le acariciaba la mejilla. Él se tornó y clavó sus ojos en la gran estantería de su padre. Notaba la brisa a través de los libros, y rápidamente retiró cada libro de su balda. Aún seguía notando la brisa, pero esa sensación la notó más fuerte todavía. Frente a él, detrás de dos grandes libros, se hallaba un símbolo. Una media luna, como el tatuaje de su padre y de los Guardianes de la Ciudad Secreta. Deslizó sus dos dedos sobre la luna, y ésta empezó a brillar poco a poco, provocando un suave crujido. La estantería se separó cinco centímetros de la pared, y detrás, un pasaje aguardaba en silencio.
- Un pasadizo... –
Con su poca fuerza apartó la estantería y se deslizó como una rata por el hueco. Ahora notaba la brisa más fría. Alzó la vista y reconoció la estructura de tierra que estaba echa aquel pasadizo. Era la misma tierra que Ciudad Secreta. Isaac continuó por el oscuro túnel sin saber su destino, pero una débil luz le guiaba al fondo. Dio varios pasos sin alejar la vista de la salida, y se topó con una puerta de madera sin manilla. La empujó con cuidado y atravesó el umbral sin importar las consecuencias. La luz que vio, era ni mas ni menos que el brillo de una espada; una espada que poseían todos los guardianes en su visita a la Ciudad Secreta. Isaac se encontró en una pequeña habitación donde el único brillo de la estancia era un pájaro en llamas encerrado en una jaula; lo suficiente para iluminar el lugar. Había un gran escritorio repleto de papeles, y una estantería de cristal en donde la espada relucía débilmente. La espada le llamaba como un imán a otro, y su mano rozó la empuñadura.
- Vaya, encontraste el regalo de papá... –
Elisabeth apareció detrás de él en pijama. Isaac retiró la mano de la empuñadura enseguida.
- Elisabeth... ¿Qué es esto? –
- El estudio de papá. Solo yo conocía este lugar, ni siquiera mamá sabía que papá tenía su propio rincón para pensar – sonrió – Me dijo que esa espada, la que brilla, iba a ser tuya cuando estarías preparado... ya sabes... cuando mostrases algo de tu ... poder –
- Comprendo... – suspiró – Ha pasado dos días y les extraños... –
Isaac bajó la mirada y se apoyo en el escritorio.
- Estarán bien, estén donde estén... – dijo – Pero en ausencia de ellos... – Elisabeth agarró la espada y la clavó ante Isaac. La empuñadura estaba cubierta de una venda, y la hoja era ni mas ni menos que de cristal bien pulido – Deberé enseñarte algunos toques de la espada, aunque no posees poder, siempre podrás usar esta espada – vaciló –
- ¿Si...? – Isaac sonrió y agarró la espada fuertemente y la alzó. De repente, la espada brillo como una gran estrella que iluminó toda la estancia durante unos segundos - ¡Guau! –
- ¿Cómo has....? –
- ¡Elisabeth mira como brilla! –
Isaac agitó la espada en el aire mientras la luz de la espada brillaba con fuerza. Elisabeth quedó sorprendida de lo que veía. La última vez que vio brillar la espada fue a su padre, y aparte, esa espada solo se prende con el poder de tu cuerpo y mente. Elisabeth pensó, ‘’¿Tal vez... Isaac tiene poder como nosotros...?’’.

sábado, 14 de julio de 2012

Capítulo 1:


I
El ataque

La noche se había vuelto aún más calurosa y correr a casa fue como nadar a toda velocidad en sopa hirviendo. Isaac llegó a la esquina de su barrio. Llegaba tarde para la cena. Había pasado casi toda la mañana y tarde dando una vuelta por el parque y leyendo el libro que tía Morgan le regalo. Mientras trotaba calle arriba en dirección a su casa, vio que las ventanas del tercer piso, el cuarto de sus padres, estaba iluminada. Sus padres habían vuelto de la reunión, y al fin podía recibir la felicitación que se merecía a la mañana.
- ‘’Estupendo, ya están en casa’’- se dijo así mismo –
Pero sintió un fuerte pinchazo en su pecho en cuanto pisó la entrada. La luz del techo se había fundido, y la puerta estaba entreabierta. Al entrar, vio que el vestíbulo estaba a oscuras. Las sombras que se formaban parecían llenas de movimiento; como si tuviesen vida propia. Con un estremecimiento en el pecho, Isaac empezó a subir por las escaleras.
- ¿Y a dónde te crees que vas? – dijo una voz.
Isaac se volvió.
- ¿Qué...? –
Se interrumpió. Sus ojos estaban ajustando a la penumbra, y podía distinguir la forma del viejo paragüeros de su padre, colocado frente la puerta. Allí, la silueta de una mujer de apenas veinticinco años, sonreía amistosamente de brazos cruzados. A su alrededor, las sombras se deslizaban como peces en un estanque. La sensación de Isaac de que algo no iba bien no hizo más que acrecentarse cuando la joven desconocida se acercaba a él cautelosamente.
- Tus padres no están en casa, chico – le dijo – Y tu querida tía no la veo por la labor de atenderte en estos momentos – vacilo.
La joven señalo la puerta de la cocina con la mirada. Con una sensación de creciente pánico, Isaac empujó la puerta para abrirla del todo.  Dentro de la cocina, las luces estaban prendidas, todas las lámparas brillaban con mayor fuerza. El resplandor le hirió los ojos por el cambio de luz. Cuando recuperó de nuevo la visión, vio a su tía Morgan derribada en el suelo. Su corazón se paró por un instante.
- ¿Tía Morgan? – llamó – Despierta, ¿estás bien? –
- Se recuperará, chico – dijo la joven intrusa – Mis queridas sombras han tenido que darle una lección a esa anticuada de hechicera –
Isaac le fulminó con la mirada.
- ¿Qué eres tú, otra hechicera...? ¿Qué quieres, hechizos, robarle su poder...? –
- ¡Jajajaja!, me subestimas, chico – le dijo indignada – Soy algo más que una hechicera –
Su susurro hizo que Isaac se paralizara por un momento. La mano de la joven la posó sobre su pecho, murmuró unas palabras y su mano se bañó de un tono oscuro. Como cuchillas, atravesó el torso a Isaac sin dejarle rastro de sangre, únicamente le desgarró parte del pecho y de la espalda. Un alarido brotó de la garganta de Isaac, que se tambaleó hacia atrás, tropezó y cayó, justo cuando la joven le retiró la mano del pecho. Isaac perdió el conocimiento, pero antes de eso, pudo ver como un gran resplandor blanco iluminaba toda la cocina y todo daba vueltas.


A través de sus párpados se abría paso una luz blanca. Se oía un agudo gemido al lado de Isaac, que se tornaba cada vez más agudo y frío. Isaac tomó aire y abrió los ojos. Estaba tumbado en una pequeña camilla en una trastienda llena de frascos y hierbas. A su vera, estaba su tía Morgan que tenía todo el costado desgarrado por culpa de aquella intrusa, y frente a él arrodillada, estaba una amiga de la familia Crawerd que también poseía un don especial; la clarividencia. Era un Oráculo.
- Misa... –
- ¡Oh, al fin despiertas Isaac! –
- ¿Dónde estoy? – preguntó –
Detrás de Misa apareció su hermana Elisabeth retirando una vieja cortina de por medio.
- Estás en el boticario, hermano. Misa os trajo aquí a tiempo con su poca experiencia... –
- ¿Y la joven esa...? – preguntó otra vez - ¿Quién era? –
- No lo sabemos – contesto Tía Morgan mientras se incorporaba poco a poco de la camilla – Entró en casa y tus padres se enfrentaron a ella, pero algo les hizo desaparecer... no lo se... después fue a por mi... y por último a por ti –
Hubo un silencio entre todos y un intercambio de mirada bastante inquietante y preocupante.
- ¿Y que era esa chica? – preguntó nuevamente –
Elisabeth tenía la respuesta. Se acercó a su hermano y le retiró la camiseta para que viese la marca de sus garras en su pecho. Pasó la mano por encima y suspiró.
- Esa joven es una Oscura, hermano –
- ¿Te recuerdo que no conozco nada de este mundo, hermana...? –
- Son mujeres creadas a través del odio del ser humano – explicó Misa por detrás – En un pasado, eran creadas por el mismísimo diablo –
- Y es raro que aún existan... – comento Elisabeth – Se extinguieron hace siglos –
- A no ser que alguien allá querido crear de nuevo a esas seres... – salto Tía Morgan – Tendremos que ir a la Ciudad Secreta y... ¡ah! –
- ¡Tía Morgan! – exclamo Isaac –
Elisabeth fue hacia ella y la recostó en la camilla para que se recuperase del todo. Después se acercó a uno de los frascos y se lo entregó a Tía Morgan para que se lo tomara.
- Tiene razón, en Ciudad Secreta podremos preguntar... así sabremos donde están nuestros padres. Iré ahora mismo... –
- Quieta – salto Isaac – Yo no me quedo aquí... –
Elisabeth se retuvo y miró a su hermano.
- Sabes que no puedes ir. Los humanos no pueden entrar... y si entran... ya sabes que no salen con vida... ¿quieres eso, Isaac? –
- Pero no me quiero quedar de brazos cruzados... ¿y si vuelve esa mujer eh? –
Elisabeth suspiró.
- Tiene razón... – dijo Misa – Podemos ir los tres... y entre nosotras podemos hacer que Isaac pase desapercibido... –
Su hermana al final cedió y se cruzó de brazos. Isaac sonrió de oreja a oreja en estas situaciones, pero él jamás había pisado la Ciudad Secreta donde personas con dones especiales vivían; desde hechiceros, hasta jóvenes elfos y dríades... deseaba ir ante todo, y más para descubrir que ha pasado con sus padres y quien era esa Oscura.

Era de noche, y la ciudad había prendido todas sus luces para una magnifica noche de verano. Por las calles de Nueva York, dirección a Central Park. Para poder acceder a la Ciudad Secreta, solo había dos métodos para ir. Una de ellas es a través de las llamadas ‘’puertas traseras’’, pero la principal entrada era a través de el gran roble de Central Park; a través del tronco. Ambas chicas, Elisabeth y Misa, se plantaron frente a un gran roble que se retorcía poco a poco hacia el cielo, y en donde sus raíces se sobresalían de la tierra. Isaac estaba detrás de ella, amarrando con fuerza el colgante del colmillo de dragón rezando de que todo salga bien. Elisabeth echo hacia atrás a Misa, y posó sus dos manos sobre el roble. Murmuro unas palabras, y una chispa de luz se presentó ante ellas. Era un hada del tamaño de un alfiler.
- Vaya... jamás había visto un hada... – murmuro Isaac –
- Son las que se ocupan de abrir la puerta a la Ciudad Secreta – le explicó Misa –  Son muy listas, así que no te separes de mi ¿vale? – le dijo –
Elisabeth continuaba hablando con aquella pequeña hada que brillaba como una estrella. Al fin, la hada cedió dejarles pasar a través del llamado ‘’Portal’’ para ir a la Ciudad Secreta. El gran tronco comenzó a retorcerse y las raíces formaron una especie de escalones hacia la abertura que se estaba creando en el roble. Misa fue la primera en entrar al interior del roble y desaparecer, seguidamente de Isaac, a quién le temblaba todo el cuerpo, y por último Elisabeth. En el interior del ‘’Portal’’, todo estaba en penumbras. No se podía distinguir nada, solo el sonido de las pisadas. Poco a  poco mientras se adentraban más, unas chispeantes llamas comenzaron a prenderse en las antorchas, iluminando una gran sala circular donde descansaba una gigantesca puerta sellada.
- ¿Dónde estamos? – pregunto Isaac confuso - ¿Dentro del árbol? –
- Más bien si, pero no – sonrió Misa – Estamos en un ‘’Puente’’, que conecta Nueva York con la Ciudad Secreta – le explico más detalladamente – Detrás de esta gran puerta, se encuentra la Ciudad Secreta –
- A partir de este punto hay que tener cuidado – advirtió Elisabeth a su hermano – Los que viven en la Ciudad Secreta nos Exiliados, gente como Misa y yo que decidieron vivir en este mundo oculto de todo mal – le dijo – Así que intentad no llamar la atención –
Elisabeth dio un paso al frente y alzó su brazo derecho; mascullo unas palabras y en sus manos apareció un báculo blanco. Misa hizo lo mismo, y un látigo le cubrió su brazo izquierdo.
- ¿Y has dicho pasar desapercibidos con esas... armas? –
Misa rió, pero Elisabeth se cruzó de brazos.
- No hagas que me arrepienta de traerte a la Ciudad Secreta, canijo –
Elisabeth agito su báculo entre sus manos y un fuerte crack sonó en el interior de la sala. La puerta comenzó a temblar y a abrirse poco a poco; ya estaban a dos pasos de entrar en la Ciudad Secreta, donde los seres mágicos viven ocultos de la vida humana del exterior.

martes, 10 de julio de 2012

Prologo


Prologo
La familia Crawerd


‘’¿De nuevo esta pesadilla? ‘’...
Ante las grandes llamas que rodean toda la colina, las torres siguen intactas, siendo devorados por una oscuridad sobrehumana. Poco a poco el gran prado, donde en un pasado las flores daban un toque mágico y de tranquilidad, ahora las llamas invadían la magia de la colina. Gritos de fondo pidiendo ayuda, animales fantásticos huyendo de las copas de los árboles, y las estrellas del cielo en llamas cayendo poco a poco como meteoritos. Era el mismísimo infierno. Todo ser vivo huía, desaparecía o caían muertos, pero el muchacho de cabellos oscuros estaba intacto, sudando y temblando...
‘’¿Qué está pasando? ‘’...


El despertador comenzó a sonar. Como cada mañana en su vida normal de adolescente, se despega las sábanas de su cuerpo y se incorpora poco a poco de la cama. Echa un vistazo al reloj y sonríe. Vacaciones, piensa al ver la hora. Hoy comienza las vacaciones para el joven Isaac tras un duro curso en el instituto, y aparte, su cumpleaños. Hoy se espera su vida cotidiana siendo hoy su décimo octavo cumpleaños. Saldrá del dormitorio, y su hermana mayor le asaltara para burlarse como cada mañana. Bajará al vestíbulo, donde su madre discute con Tía Morgan, a la vez de que su padre desayuna. Pero Isaac se equivocaba del día de hoy. Alguien llama a la puerta, e Isaac se cubre su torso con la sudadera que tiene en el pie de la cama.
- Pasa –
La puerta se abre y entra una joven más mayor que él, con los mismos rasgos a excepción de sus ojos claros. Isaac suspira al ver a su hermana entrar al dormitorio con una pequeña caja envuelta con papel de regalo con extraños dibujos de llamas. Isaac lo recibe, y ambos hermanos no se intercambian ni una palabra.
- Felicidades Isaac –
Con un gesto de cabeza le responde él. Abre el regalo con sumo cuidado, ya que sospecha que el regalo no es nada normal, no será ni un llavero, ni un anillo ni nada por el estilo. Será un objeto creado por Magia de su hermana. Retira todo el papel y abre la caja. Un colgante en forma de colmillo que emite una luz como el fuego de una chimenea. Su hermana le mira con una sonrisa, mientras que él lo saca con sumo cuidado de la cadena de plata del colgante.
- ¿Un colgante que brilla...? – vaciló con una sonrisa –
- Un diente de dragón para ser exactos hermano. Existen muy pocos en el mundo... y tu tienes uno en tus manos –
- ¿No habrás matado un dragón con tus manos, no?... es que te veo capaz –
- Estoy loca, pero no tanto – vacila ella – Lo he comprado en la Ciudad Secreta, para que veas que no estoy tan loca – sonríe y se encamina hacia el umbral de la puerta – Por cierto, mamá y papá se han ido, tenían una reunión o algo por el estilo. La tía Morgan te aguarda abajo –
- ¡Espera! – salta Isaac con el colgante en mano - ¿Qué poder tiene este colgante...? –
Elisabeth se apoya en la puerta y se hace la despistada.
- No lo se – le contesta mientras abandona la habitación enseguida –
Isaac se levanta de la cama y se pone frente al espejo, donde su reflejo pálido es reflejado. Se coloca con sumo cuidado el colgante, y nota en su pecho que el diente de dragón emite también calor, aparte de una tenue luz. Isaac lo observa con atención. ¿Qué poder tendrá?, ¿volar?, ¿escupir fuego...? . La imaginación del muchacho voló, ya que era el único de toda su familia que no tenía Magia, y su hermana, que sabe suficiente, desea tener Magia tarde o temprano y no ser un chico normal.
- Quizás con esto podré conjurar fuego – pensó –
Se vistió a la velocidad de la luz y bajó rápidamente las escaleras de caracol para ir al vestíbulo a encontrarse con su tía Morgan. No estaba. Miró alrededor. El gran salón estaba vacío, a excepción de las grandes estanterías de libros que coleccionaba su padre sin razón alguna. Miró en la cocina. Intacta. Parece ser que ya desayunaron sin él, y que su tía Morgan no estaba por ahí. Al igual que sus padres como su hermana le dijo. Detrás de él, bajo el hueco de la escalera había un gran paquete envuelto en papel de regalo de un tono verde oscuro y con una nota encima. Por el tono de color y el gusto, era el regalo de tía Morgan. Isaac tomo primero la nota y la leyó en alto.


‘’Cariño, he ido con tus padres a una reunión importante. Tienes la comida y la cena de tu hermana en el frigorífico. No se a que hora llegaremos. Lo siento. ¡Ah!, y muchas felicidades, cuando llegue esas orejas se estirarán más que de un elfo; ya me entiendes. M’’.


- Ni siquiera la tía Morgan está en casa – suspira –
Guarda la nota en el bolsillo y retira el papel de regalo. Este regalo tiene forma cuadriculada, posiblemente un libro por su tamaño. Cuando retiró el papel, un viejo libro se le presenta. Las hojas estaban repletas de dibujos de animales, faunas, paisajes... y hubo un paisaje que le llamo bastante la atención a Isaac. Un gran prado, cubierta por un cielo despejado, donde unos caballos cabalgan por la colina. En lo alto de la montaña lucían cuatro grandes torres. Isaac se quedo hechizado por aquel boceto. Aquel paisaje lo llevaba soñando hace meses, antes de su cumpleaños; y ahora su pesadilla se le ha aparecido en aquel libro.  Isaac bajo la mirada al pie del boceto y encontró un título.

‘’Donde la Magia nace’’.

- Donde la  Magia nace... – susurra Isaac pasando los dedos por el boceto –
- ¡Ey pequeñajo! – exclama su hermana desde el piso de arriba - ¡Me voy al boticario a trabajar, tengo muchas cosas que hacer!, ¿te quedas en casa? –
- No, iré a dar una vuelta por ahí... –
Isaac se pegó el libro contra su pecho y salió de su casa dirección al pequeño parque que tenía a la vuelta de la manzana. Sonreía, aún echando en falta a sus padres y a tía Morgan; pero estaba feliz. Siguió calle arriba y torció la primera esquina, desapareciendo así de su barrio. Desde la otra acera, una chica vestida con atuendos góticos, se levanta de un banco y sigue a distancia previa los pasos que Isaac estaba tomando. Bajo un susurro como el viento, la chica murmura unas palabras en otro idioma, y ante sus pies, pequeñas invisibles sombras incorpóreas aparecen.
- Ya sabéis lo que quiero... –